La dama rubia


"No hay peor cosa que gastar lo del esfuerzo ajeno."

Al mirar en 2025 cómo ha aumentado la búsqueda de la "gran vida", no puedo evitar detenerme en un fenómeno curioso: hay quienes convierten la dependencia en estrategia, buscando a alguien lo suficientemente pánfilo como para que la palabra no jamás cruce sus labios. Me resulta un hecho digno de estudio… y hasta de cierta admiración, por qué no decirlo, si me preguntan. Porque no es fácil. Vivir a costa del otro exige una habilidad teatral, una paciencia silenciosa, un pulso casi empresarial.

Recuerdo a una persona; no con mucho cariño. Un día, durante unas vacaciones, la mujer de este susodicho falleció a causa de una enfermedad que todos desconocían. En ese viaje iban él, su esposa y su hijo. Por lo menos, eso fue lo que contaron cuando yo era un infante.

El trágico accidente llevó a la persona en duelo a sumergirse aún más en las sustancias. Lo único que le quedaba era el trabajo y un hijo emocionalmente ausente.

Con el paso de los años, una luz de esperanza apareció ante él: una mujer rubia, de complexión fuerte y piel nívea. O al menos, eso creía él.

La familia siempre sintió desconfianza hacia esa mujer; quizás por lo abierta que mantenía la boca, o por sus comentarios sarcásticos en momentos inapropiados.

Con el tiempo, la verdad salió a la luz: infidelidades, intentos apresurados de casarse, gastos descontrolados y decisiones tomadas sin consultar a nadie. Pero considerando que él vivía atrapado en sus propios demonios —adicciones, escapadas con “señoritas de compañía” y derroches constantes—, era claro que lo que ella sentía estaba lejos de ser amor.

Cuando él murió, dejó detrás un negocio en números rojos, familias rotas y, paradójicamente, una paz que no se puede explicar con palabras.





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